lunes, 20 de septiembre de 2010

RECICLADOR NOCTURNO II


He buscado entre mis papeles viejos algo con su nombre, tengo dos gavetas llenas de apuntes para estos casos, existen direcciones, nombres y edades, fechas exactas, las he apuntado porque sabía que olvidaría todo eso, mi memoria siempre fue frágil. Al fin pude dar con ella, Wendy Torres, veintitrés años, ahora debe tener treinta o un poco más.

Lo que recuerdo de Wendy es que era mayor que yo, que asistía al coro de una iglesia, una mujer muy creyente, pero que le gustaba el baile y el vino. Una noche le pedí que no vaya a la iglesia, que mejor se vaya conmigo a un hotel, y ella acepto. Ese día me sentí más influyente que dios. Estuvimos así como dos meses, ella se estaba enamorando de mí, hasta que un día le pregunte si podía prestarme un dinero, me preguntó la cantidad, y cuando supo que era demasiado, acepto prestarme pero me pregunto para qué lo quería. No pude mentirle, al darle mis razones, ella se puso a llorar, tomo su ropa y se marchó. No quiso que la acompañara a su casa, a pesar que era muy tarde. Luego de eso nunca más salió conmigo, prefirió pasar más tiempo en su iglesia, cantando y pidiendo perdón por sus pecados (como si dios me dijera que quien ríe último ríe mejor). Tengo el correo de Wendy, le escribí un mensaje diciéndole que quería saber de ella, que me diga si podemos vernos el próximo fin de semana. Tres días después ella me responde diciendo que se encuentra bien, pero que no desea encontrarse conmigo porque trabaja todo el día, me ofrezco a recogerla de su trabajo y ante la insistencia, Wendy acepta, nos veremos el domingo en la noche.

La pude ver después de muchos años, el tiempo ha hecho justicia con ella, se ve muy radiante, contenta, como si no le faltara nada, mucho menos yo. Tomamos unos jugos frente a la tienda donde trabaja, me contó que acaba de terminar con su novio después de dos años, que habían pensado casarse, pero decidieron tomarse un tiempo para pensarlo bien. Yo le confesé haberla extrañado en algún momento (un momento muy corto por cierto), que quise buscarla muchas veces, pero mi orgullo nunca lo permitió. Le pregunté si me hubiera perdonado si al día siguiente me disculpaba por haberla hecho sufrir, me dijo que si lo habría hecho, pero estaba segura que no me iba a soportar mucho tiempo, porque soy de esas personas que siempre andan buscando perdón, pero que nunca van a cambiar, porque es parte de mi naturaleza ser así. “Nadie estará dispuesta a enseñarte toda la vida, se supone que los buscamos ya aprendidos” fue lo que me dijo mientras terminaba su copa, provocándole un terremoto a mi ego ya bastante maltratado.

La acompañe a tomar un taxi, mientras la calle Garzón estallaba de gente, yo esquivaba a los extraños que me rodeaban para seguir a su lado, caminar junto a ella, al mismo ritmo, ser su sombra o su reflejo. Al final no pude ser ninguna de esas cosas, cuando la vi subir en aquel auto amarillo, pude imaginar que nuestros caminos iban a tardar mucho en volverse a cruzar de nuevo, solo le dije que se cuide, que me alegra mucho saber que no le hago falta, que la vida transcurrió sin percance después de mi. Ella me abrazo y me dio un beso, apunto su número telefónico en un papel pequeño y me pidió que la llamara en su cumpleaños, en navidad o cuando en verdad lo necesite. Su auto se perdió entre el trafico limeño, la neblina la ayudo a desaparecer entre ese ruido que invade la capital a las diez de la noche, y mientras tiraba al tacho el papel con su número solo me quedaba decir: "ahí va la mujer a quien nunca aprendí a querer".

3 comentarios:

Anónimo dijo...

bela historia, pena que muitas palavras eu não compreenda.

Unknown dijo...

Lo siento querida morgana, me gustaria ser mas simple.
A ver si puedo hacer algo para q puedas entender toda la historia.
Saludos y gracias por estar aqui.
un beso

Anónimo dijo...

continuarei lendo suas historias, pois em alguns momentos me identifico com que você escreve, um grande abraço