jueves, 5 de agosto de 2010

GOLEADOR NOCTURNO

Es una visita familiar, mi amiga Raquel me invita a la casa de sus padres, me dice que ellos también quieren conocerme, yo acepto con gusto, después de tantas trasnochadas y asistir a lugares de dudosa reputación, es bueno tranquilizar el cuerpo con un almuerzo familiar. Llegamos después del mediodía, porque antes Raque y yo dimos un paseo por la laguna de Xochimilco, tomamos unas copas de pulque y cantado algunas rancheras en unas de las trajineras que hay en el lugar. Llegamos a tiempo, con el apetito en su punto y justo cuando están comentando el mundial en la televisión. Sirvieron el famoso mole, muy rico por cierto, no pude evitar repetir otra porción, con sus quesadillas sobre una canasta y envueltas con un mantel para mantenerse calientes.

Para mi buena suerte, encuentro a unos chicos que coindicen con mi gusto por el mundial de futbol, ellos son los sobrinos de Raquel, Sebastián, Andrés y Jorgito se sientan conmigo en el sofá, dicen que México pasara a la segunda ronda, pero que Alemania puede llegar a ser campeón. Yo les digo que Argentina y Brasil son los mejores equipos, pero que uno de ellos se quedara en carrera porque los europeos siempre nos terminan aguando la fiesta. Sebastián es el mayor de los tres, está en la escuela y le gusta mucho el futbol, su equipo es el América, al igual que Andrés, que me pregunta cómo fue que llegue a entrar a la cancha del estadio Azteca, porque el siempre quiso hacerlo pero no ha podido, Jorgito es el más pequeño y también el más entusiasta, siempre quiere aprender todo muy rápido, aunque se estrelle en el intento. Los tres están contentísimos porque el día anterior por fin les compraron sus camisetas de la tricolor. Yo les cuento que yo también me compre una camiseta, pero del Necaxa, ellos me miraron como un bicho raro, como si hubiera escogido el peor equipo de todos, no saben que lo hice porque es el único equipo que escuche desde niño por los programas del chavo del 8, porque al igual que Don Ramón “yo también le voy al Necaxa”.

Luego de un descanso, los chicos me invitan a jugar futbol en la calle, yo acepto con buen ánimo, para recordar mis épocas de pelotero callejero, cuando rompía los cristales de las vecinas viejas y amargadas, que siempre terminaban echando agua a la calle para ahuyentarnos. Salimos a buscar el mejor lugar para implementar la cancha, solo dos piedras para los arcos, como se hacía en mi país, donde los goles valían solo si la pelota iba a una altura debajo de la rodilla. Recuerdo que cuando era chico, con mis amigos jugábamos a la pelota todos los días, terminábamos sucios y cansados, pero felices, comentando las mejores jugadas, yo siempre me andaba burlando de mi amigo Javier, que era el más torpe del barrio, le recordaba hasta el hartazgo la vez que piso mal el balón y se cayó de espaldas, golpeándose la cabeza, haciendose una chichón tan feo, que su madre no lo dejo jugar por mucho tiempo con nosotros, como culpando nuestra rudeza para jugar y no la estupidez y torpeza de su único hijo.

Empezó el partido, tomo el balón y dribleo como en mis mejores épocas, le doy pase a Jorgito, pero este patea mal y el balón se va desviado, no importa le digo, ya le saldrán mejores tiros, porque él es así, persistente y curioso. Luego yo me voy solo por la banda derecha y disparo: Gol, Jorgito se me acerca y me dice con voz de aprobación”buen shot” me da la mano y yo me siento un goleador, un depredador del área chica. El partido continúa, Sebastián me ha hecho dos goles, no lo pude evitar, Andrés también me ha vencido, tenemos el partido en contra y Jorgito hace sus mejores intentos por anotar, yo vuelvo a anotar dos veces, parece que esta tarde será gloriosa. Pero Sebastián vuelve a emparejar el marcador y ponerlo en ventaja con sus anotaciones. Yo avanzo por el medio y veo desmarcado a Jorgito, le doy un pase milimétrico, Jorgito se perfila mirando el arco y dispara: Gooool. Me acerco para celebrarlo, le doy un abrazo y volvemos a nuestros puestos en la cancha, este partido será nuestro aunque tengamos que sudar sangre. Quedan pocos minutos, el ataque nuestro es insistente, me desmarco y recibo un pase cerca de la portería, avanzo a velocidad con el balón delante mío, estoy a punto de disparar, es el gol del triunfo, pero al intentar parar el balón, lo piso mal y me caigo de espaldas como un costal de papas, solo recuerdo el estrellar de mi cuerpo contra el pavimento, de la manera más patética y terrible, como si fuese un principiante que no sabe siquiera, caer decorosamente. El partido termino en empate y por abandono, ya no soy tan joven y mi espalda ha sufrido un duro revés, me siento viejo, me siento inútil para el futbol, creo que mejor me dedico a verlo por televisión.

Los chicos me invitan a dar un paseo por el vecindario, me piden que les cuente de mi país, cada detalle de lo que es esa ciudad de la que venía huyendo, la pequeña Lima, yo les hablo de sus plazas, sus paisajes, los lugares de diversión y de mi equipo preferido: el Alianza Lima. Les digo que me gustaría invitarle unos refrescos pero que olvidé la billetera, que solo tengo cinco pesitos que se me quedo del cambio en el metro. Ellos me dicen que hay una tienda donde venden refrescos de un peso, parecía una broma pero era cierto, compré los refrescos para todos y seguimos nuestra ruta. Así fue que una tarde de Junio, este lobito feroz estaba sentado en una esquina de la ciudad de México, bromeando con mis cuates y probando un buen refresco de a peso, como si fuese un palomilla más en este país que me ha tratado como si fuese su hijo predilecto. Pero entre tanta charla amena, tantas bromas pude sentir una péquela nostalgia por mi familia, fue la primera vez que empecé a echar de menos a ese par de enanos de mi casa, que me alegraban cada mañana con sus abrazos y su mirada de admiración hacia mí, como si fuese su superhéroe: mis sobrinos Edison y Omar. Me preguntaba si algún día podré jugar con ellos a la pelota, armando los arcos con dos piedras, gritando los goles y confundirnos con un abrazo, llevarlos al estadio o al parque para tomarnos esos refrescos de a peso que estoy seguro que les va a gustar. Me gustaría vivir los años suficientes para verlos crecer, hacerse hombres y sentirme su confidente cuando vengan a pedirme consejos, vivir lo suficiente para no perderme ese gran evento que es la vida, vivir a través de sus ojos. Esta noche me distraje un poco, y me di cuenta que a pesar de todo soy humano… demasiado humano.

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