domingo, 18 de julio de 2010

MUERTOS EN EL CLOSET


Estando en la discoteca con Mariela y sus amigas, note que en un rincón oscuro y solitario había una mesa llena de los mejores tragos, en aquella mesa estaba una mujer algo regordeta, con unos lentes gruesos y una ropa estrafalaria, moviéndose al ritmo de la música. Yo siempre he sido un tipo que ve más allá de la ropa y el aspecto, pero cuando vi a esta muchacha, quise quitarle el disfraz y el peinado ridículo que tenia, dejando un vacio espantoso. Llegando a la conclusión de que aquella mujer, era fea de verdad.

No soy prejuicioso, pero en serio que no tenía nada que rescatar, todos los caminos me decían que esa mujer podía tener varios muertos en el closet, hartos secretos que nunca saldrán a la luz mientras ella viva. Y como la discoteca también era un karaoke, no quedaba duda que ella se atrevería a cantar en cualquier momento. No paso ni diez minutos desde que llegamos cuando subió al escenario y todo el publico coreaba su nombre: “Carola, Carola”. No lo podía creer, esta mujer de aspecto estrafalario y sonrisa idiota era la más famosa del lugar. Lo peor vino después, cuando Carola empezó a cantar, tenia una manera horrible de entonar las canciones, lo juro por dios, era tan fea que no le salían gallos al cantar, sino una estampida de murciélagos. Lo más raro, es que la gente aplaudía a rabiar sus canciones, como si fuese su mejor versión inédita.

La noche transcurrió muy pacíficamente, Mariela subió al escenario a cantar con sus amigas “Hacer el amor con otro”, era la mejor de las señales, hoy seria mi noche, yo siempre quiero ser “el otro”, lo formal me asusta y me empalaga. Las copas aumentaban, mientras más ebrio estaba, Mariela era más deseada, no podía esperar el momento de tenerla en su cama, hacerla mía, con todas sus consecuencias. Pero según como decía la regla, “mientras mas trago bebe uno, las mujeres son mas lindas”, no se cumplía esto con Carola. Ella era tan fea que rompía toda regla, a veces pienso que aquella noche me embriague tanto, solo para saber si su fealdad se vería minimizada por el alcohol, cosa que nunca sucedió. Carola seguía siendo el mismo esperpento que conocí al entrar a la discoteca.

Eran las tres de la mañana y dieron el aviso que la discoteca estaba por cerrar, esto debido a una medida hecho por el gobierno para frenar la violencia, todos los locales deben cerrarse después de las tres. Por eso siempre me gustó irme a la plaza Garibaldi, será mucho más peligroso que Chapultepec, pero al menos te diviertes toda la noche sin restricciones, salvo por el imponderable de ser asesinado por un militar ebrio.


Era hora de retirarse, recogimos nuestros abrigos y yo me disponía a irme al baño antes de salir. Fue cuando al pasar por aquella mesa de Carola, tan lleno de whiskys, tequilas y todos los tragos inimaginables, todos vacios, me vi con la sorpresa de ver al mesero detrás de los vestidores, con el pantalón abajo, con cara de goce y a la vez de temor, acariciando el cabello de Carola que yacía inclinada, teniendo una cita aparte con los genitales de este chico. Estaba tan ebrio que no se qué tan real pudo haber sido esa escena, solo recuerdo que pregunté sobre Carola, y me dijeron que ella era la hija del dueño de la discoteca, que le gustaba venir todos los sábados a embriagarse, tratar mal a los empleados, romper todo y a veces, cuando andaba de buen humor, dar buenas propinas a cambio de “favores especiales”.

Una sonrisa dibujaba mi rostro, me sentía tan complacido de no equivocarme con aquella chica, de todavía poder ver lo que muchas personas ocultan detrás de sus disfraces. Aunque después hice mis cuentas detenidamente, una mujer poderosa, que disfraza sus miserias, alcohólica, de mal genio y que consigue lo que quiere a toda costa, aunque eso signifique joder al que tiene en frente. Pude entender que esta chica era una de los nuestros, pude reconocer mi propia especie, y entonces la dulce Carola empezó a caerme bien. Tome mi abrigo, abrí las cortinas y con el mesero aun gimiendo (de miedo o de placer, nunca lo sabremos), pude lanzar dos palabras y despedirme de aquella mujer que hasta ese momento, imagino que nadie la estaba mirando… “Adiós Carolita”.

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