viernes, 16 de octubre de 2009

UN LOBITO SUELTO EN AREQUIPA


El bus llego a las siete de la mañana a Arequipa, no hacía mucho frio como imagine, incluso el calor era parecido al de Ica, nos hospedamos en un hotel de cincuenta dólares la noche, pero con la clara idea de no pasar la noche ahí (plop), es que ya teníamos planeado viajar a Cusco ese mismo día.

Paseamos por las calles de Arequipa, almorzamos la mejor comida que la ciudad puede ofrecer, visitamos las plazas, los mercados y las tiendas de artesania. Pero yo no estaba a gusto, me sentía como si me hubiesen cambiado de hábitat. Yo era un lobito acostumbrado a caminar de noche y sentir todas las sensaciones que la luna puede provocar en nuestra especie, pero aquel día me sentí como Santa Claus en fiestas patrias. No acostumbro salir bajo el sol, eso se lo dejo a los simples mortales, pero si había que salir entonces me tendría que aclimatar al día. Me puse una camiseta de manga larga que me cubría hasta las manos, una gorra negra que me protegía del sol y unas gafas que no dejaban ver mis ojos hinchados por no haber dormido. Cubierto hasta las uñas, buscando las sombras donde poder caminar, sentía que estaba listo para sobrevivir al dia caluroso y cruel que azotaba Arequipa.

Pero me sentí un inútil, un adefesio de la moda, un desquiciado y paranoico de los rayos ultravioleta, cuando frente a mi pasaba una señora de sesenta y cinco años de lo más normal, con sus brazos descubiertos, libres para el sol, sin sombrero ni nada que se le parezca para cubrirse del calor sofocante. Aquella señora no era peruana, pero se mostraba más valiente que yo para enfrentar el clima asfixiante que suele mostrar los días. Me dio mucha vergüenza ser quien soy, no sabía que ser un animal diurno era tan difícil. Regrese al hotel desmoralizado, con el orgullo por los suelos, maldiciendo mi naturaleza, pero el lamento no duro mucho. Llegaron las siete de la noche, la hora en que los demonios deambulan por las calles del planeta, la hora de las almas condenadas al averno. Entonces pude salir con los ojos brillosos, mirando la luna que se ponía más grande desde esa parte del mundo, agitando los brazos volvía a ser yo, una criatura de la noche, un animal nocturno… un lobito feroz.