domingo, 9 de enero de 2011

FRUSTRACIONES


Me gusta el futbol, no solo jugarlo, sino también verlo y comentarlo. Desde niño lo he practicado, he roto muchos zapatos y destrozado muchos vidrios, las ventanas de mis vecinos supieron de mí. Mi padre me metió en una academia donde podía jugar torneos nacionales e internacionales, yo no era un gran futbolista, pero si cumplidor. Nos llego la noticia que empezarían las giras, íbamos a participar en un torneo de Chile, Luego viajaríamos a Brasil y después a Ecuador para competir, pero tres semanas antes me lesione la pierna, fue una rotura de ligamentos que me impidió caminar por un buen tiempo, me alejo del juego, de la vida social e inevitablemente me alejo de viajar en la gira con mi equipo.

Desde aquel día deje el futbol como deporte principal, para volverlo un pasatiempo. A veces me hubiera gustado ser una estrella, no era bueno, pero era el sueño de todo chico de mi edad. Ahora debo reconocer que soy un futbolista frustrado.

Una noche conocí a Laura de Luna, una hermosa chica que tocaba en un pequeño bar del centro de Lima, nos hicimos amigos a pesar de no tener casi nada en común, quizás solo la afición por la música de Joaquín Sabina. Aparte de su belleza, yo admiraba su manera de tocar la guitarra, la pasión al recitar sus canciones. Un día la hermosa Laura se ofrece hacer una canción partiendo de un escrito mío y quizás cantarla juntos, yo le prometí que para el próximo fin de semana le tendría listo un texto muy bueno, estaba ilusionado, animado, creo que sobreexcitado, siempre quise ser un cantautor, hacerme conocido por mi talento para las letras.

Pero fue muy trágico estrellarme con mi realidad, yo no tengo ningún talento para las letras, han pasado cuatro meses y no he podido escribir una sola estrofa. Cada cosa que escribía terminaba en la basura, no se si fui muy exigente conmigo mismo o tal vez solo soy malo para estos menesteres. He sabido asimilar la cruel verdad, que soy un cantautor frustrado.

Mientras escribía cosas sin sentido en un blog desconocido, encontré una lectora mexicana que se digno a hacerme caso. Me dijo que se había enamorado de mí, que haría lo posible para llevarme a su país, casarse conmigo, tramitar los papeles para que yo pudiera tener la ciudadanía y ser felices por toda la eternidad.

Pero pronto entendí que la eternidad no dura más de siete meses. Aquella muchacha entendió que conmigo no había futuro (mucho trabajo para entender a alguien como yo), que existen mejores tipos, sin la enorme necesidad de traerlos desde tan lejos. Me regalo una visa, me dio un beso de despedida y prometió no olvidarme jamás. Aparte de entender que el “jamás” en las mujeres dura menos de tres meses, también pude aceptar la enorme realidad de que ya no seré un ciudadano charro, que no podre hablar con ese acento tan melodioso que me gustaba un chingo. Ni modo, he pasado a ser también un mexicano frustrado.

Tiempo después pude viajar a México, donde me di la gran vida sin el menor limite. Entre los banquetes de comida, los conciertos, los museos de arte y los bares nocturnos, conocí a una mujer de Oaxaca, con algunos años mayor que yo. Nos embriagamos en la Plaza Garibaldi y dormimos juntos en su hotel. A la mañana siguiente me pidió que me vaya con ella a su ciudad por dos semanas, donde tenía un rancho muy grande, yo iba a ser su huésped. “Y por las noches serás mi chingon (amante)” me decía en tono cariñoso. Por las noches ella se escabulliría en mi habitación mientras todos duermen, todos, incluso su marido.

Pero las fechas no coincidían, cuando la conocí mi boleto de regreso se vencía en dos días, además, yo no estaba en condición de arriesgar el pellejo de esa manera. Tuve que desechar la oferta de aquella mujer que pudo haberse convertido en la última, la que dibuje una disculpa en mi epitafio. Aceptando mi triste destino, el de ser un chingador frustrado.

Mientras tanto la vida transcurre, el tiempo nunca tiene remordimientos, solo apura el reloj y sigue su paso. Me he llenado de frustraciones de lo que quise ser, pero nunca me dio el menor remordimiento, porque cada frustración llevaba una experiencia, una vivencia siempre te deja un aprendizaje. Y es lo que yo soy, un conjunto de vivencias, buenas o malas, que me han convertido en un contador de historias (un contador mediocre, pero ese no es el punto), que anda por el mundo aprendiendo a vivir. Si señores.

1 comentario:

Esponjita dijo...

:)

una fan mexicana