sábado, 26 de septiembre de 2009

LA LEY DE LOS 90 DIAS


Mi amigo Cesar llega preocupado al trabajo, sudoroso, descortés, con cara de insatisfecho. Con solo verlo empecé a sospechar de qué se trataba, mujeres. Me dijo que llevaba dos meses y medio con su novia Verónica y que aun no ha podido tener relaciones, ha hecho todos los intentos posibles, le ha prometido muchas cosas, incluso “hacerlo con mucho cuidado y sobre todo con mucho amor”. Existe una regla elemental en nuestro círculo de machos depredadores, que consiste en que el tope máximo para llevarse a la cama a una mujer es de tres meses, tomando en cuenta que uno solo las ve los fines de semana, en caso de vivir cerca y verla todos los días, pues con mayor razón el plazo debe ser mucho menos. Pero en un convenio internacional, se acordó que el plazo oficial es de 90 días (pues también hubo un reclamo por los años bisiestos).

Entonces, sabiendo de los plazos que manejamos, Cesítar era consciente de que debía actuar más rápido, me conto que ya habían hecho algunas simulaciones, que incluso ella se había desvestido de la cintura para arriba, que ya había tocado algunas partes ardientes prohibidas, pero que no podía “cerrar el trato”. Incluso lanzo la famosa frase: “Te juro por diosito que no te dolerá” y la más desesperada pero no menos conocida: “Solo será la cabecita”, pero siempre obtuvo una negativa a su petición. Pero Cesar se tenía tanta fe que siempre me decía: “No te preocupes, que esa marucha tiene mi nombre escrito”, hace mucho que no oía llamar así a los genitales femeninos, me dio la nostalgia y a la vez unos ataques de risa exagerados, como si los genitales fueran una pizarra y el destino pueda escribir el nombre de la estación de su primer viaje.

Le sugerí que para ganar terreno le invite unos tragos y la lleve a bailar, pero me dijo que ella no bebe ni baila porque es una católica radical, entonces le sugerí que escoja un vino para tomar, pues hasta los curas lo toman cuando hacen misa, de esa forma no podía negarse, pero dijo que ya hizo la prueba pero tampoco quiso beber. Tendría que usar métodos más agresivos, le dije que la ponga una película para adultos y que mientras lo ven empiece a besarla por el cuello, pero no resultó, a la primera escena explicita de sexo ella estallo a gritos de espanto, alegando que nunca había visto un pene erecto y que se sintió muy espantada. Entonces aprovechando sus miedos e ignorancia del tema, le sugerí a Cesítar que le pegue unos ojitos movibles a su pene, bajo unas grandes cejas artificiales, que le ponga unos colmillos de tono peligroso y que le diga: “el animal está enojado y tú tienes que ayudarme a calmarlo, solo deja que duerma en tu cuevita”, pero Cesar no se atrevió a hacerlo, aduciendo que podrían acusarlo de psicópata ante un juzgado. Entonces la tarea se ponía más difícil.

Los días seguían pasando, y no encontrábamos los caminos, incluso hasta yo estaba preocupado, como si fuese del problema. No me quedo otra que ir con los amigos del bar a exponer este caso, incluso llamaron hasta al entrañable “Lecherote” para nos suelte algunas de sus enseñanzas. “Cuantos días le falta para que cumpla los 90 reglamentarios?” preguntó, “Solo le faltan once días, el tipo la ha llevado al cine, le regalo flores, le escribió poemas, ha ido a la misma iglesia que ella, hasta le ha cocinado” le dije, eso asusto mas a Lecherote, pues eso de cocinarle a alguien ya es hablar de cosas mayores. “Quizás no sea la mujer adecuada, cuando una mujer te dice NO, hay que saber reconocer la derrota y mostrar la bandera blanca” dijo nuestro gurú mientras se frotaba la barbilla con una mano y con la otra intentaba servirse más trago. Y es cierto, no todas las mujeres se acuestan con uno a los 90 días, y cuando eso pasa, solo nos queda aceptar la rendición y voltear la página, en eso consiste la regla. A menos que sea amor verdadero, cosa que no cabía mencionar en esa mesa. No, en esa mesa no se puede hablar de amor, a menos que la propia persona lo exponga desde el principio de la charla, pero era un tema que yo había puesto en el tapete.

Entonces, sin tener respuesta alguna para poder ayudar a Cesítar, le conté a Lecherote una frase que me había dicho el afectado. “Mi amigo Cesar dice que esa marucha ya tiene su nombre escrito, que es imposible que se le escape”. El tipo frunció la ceja, miro al vacio por un instante, tomo un buen sorbo de cerveza fría y me dijo: “Una de dos, o tu amigo está haciendo todo mal, o simplemente por la vida que ha llevado…. Esa marucha aun no ha aprendido a leer”. Todos aplaudimos tamaña afirmación. Salud maestro!!

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