Ella son la luz que uno encuentra al final de los bares, el sinónimo de pecado que se enseña en las aulas de la universidad de la vida, el dulce elixir de lujuria que bebemos los amantes de la noche y lo excesos. Nadie pudo describirla mejor, nadie pudo ponerle mejor adjetivo, y eso que se dijeron muchos (las malditas, las perversas, las golosas, las jugadoras, las traviesas, las ruflillas, las rrunchas y la lista es larga). Se conocen tantas historias de aquellas damas incomprendidas por su singular adicción al placer carnal. Tienen tantos nombres, habitan en muchos cuerpos y están en todas partes. Y yo las recuerdo a todas:
Aquella malcriada que se beso con tres de mis amigos en una misma noche y termino siendo la enamorada de un cuarto amigo al día siguiente.
Aquella malcriada del barrio que se ofreció a ser la primera mujer del mas jovencito del grupo. Sus veinticinco años de mujer fogosa volvieron loco al nene de diecisiete que pedía a gritos una segunda oportunidad lamentando su precocidad.
Aquella malcriada del trabajo, que entre copas aposto dos horas de placer con el novio de su mejor amiga, solo porque le pareció atractivo al verlo encender un cigarrillo.
Aquellas malcriadas que compartieron la cama con un tipo que apenas conocieron en la discoteca, después de tres jarras de sangría y muchos besos. A la mañana siguiente aquel tipo vino a despertarme para contarme su hazaña casi gloriosa (por supuesto, no sin antes mandar a pedir tres cervezas).
Aquellas malcriadas que se metieron a la habitación de un hotel conmigo y dos amigos mas, armados solamente de vodka, cigarrillos y algunos trocitos de pollo.
Aquella malcriada que se puso a llorar cuando le dije que no la llamaría al día siguiente porque tenia novia (lo cual era mentira, pues no la llamaría simplemente porque no quería verla mas), pero que al querer irme, me dijo que aun no terminaba la noche y que me quedara para hacerlo un par de veces mas.
Aquella malcriada que dijo que no me daría un beso porque no era su tipo, pero con cuatro cervezas amaneció conmigo en la misma cama y al salir del hotel me pidio que la llamara el próximo fin de semana.
Aquella malcriada que juraba que había llegado a la reunión sola, porque su novio tenia plena confianza en ella, que una relación se hace mas sólida cuando ambas personas respetan los espacios. Pero que no dudo en acostarse conmigo cuando terminaba la noche y al marcharse no quiso dejar ni su número ni su email.
Son tantas las historias y mi memoria aun es privilegiada, porque a mujeres así uno jamás logra olvidar, talvez olvidemos sus nombres pero no olvidamos lo que ellas hicieron nuestra especie. Porque gracias a mujeres como ellas, existen tipos como nosotros.
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