Es sábado al fin, no un sábado cualquiera, es “día del amigo”, una celebración creada por una empresa cervecera para que consuman su producto en dicha celebración. Es sábado al fin y no tengo planes todavía, mi sirena (la chica de quien estoy enamorado) me dice que no podrá verme esta noche porque saldrá con sus amigas del trabajo para pasar un rato ameno (quizás más ameno que conmigo y por eso las ha escogido a ellas antes que a mi). No he reclamado, acepté los planes de mi chica hidalgamente y solo espero que ocurra algo divertido para no pasar un sábado para el olvido.
Ya no tengo amigos, me he quedado solo, todos se han alejado de mí, algunos porque tienen cosas más importantes que hacer (no los culpo), otros porque simplemente deje de caerles bien (tampoco los culpo), no tengo con quien celebrar y alcoholizarme hasta terminar gateando, como bien lo desea aquella compañía de cerveza, que ha inventado dichoso día, sospecho para hacerme sentir más triste y miserable. Y para mi mala suerte me mandaron a trabajar un sábado por la mañana.
Para mi buena suerte nos dejaron salir temprano, justificando la celebración de cumpleaños de todos los nacieron en el primer semestre del año. Yo nací en enero, así que me correspondía estar entre los agasajados. Me dieron un obsequio y el jefe mi dio un abrazo en señal de felicitaciones. El sábado ya había mejorado, tenía un presente y un abrazo del jefe, que aunque no tenga cara de listo, me cae muy bien. A la salida del trabajo, mis compañeras me invitan a tomar unas cervezas en el bar de en frente, no dudó en aceptar, siempre es agradable tomar unas cervezas con ellas, son muy bromistas, ligeras y sobre todo, casi tengo la certeza de que les caigo bien.
Entramos en el bar llamado “La Cabañita”, pedimos seis cervezas y empezamos con las bromas, esa necesidad de “poner en el centro” a alguien y llenarla de burlas, algunas crueles, para saber que tanto soportan o que tan rápido logran zafarse para poner a otro al centro y convertirse de victima a victimario. En eso consiste las noches de copas con los amigos en la pequeña Lima. Algunos ya le echaban el ojo a quien arremeter, otros ya sabían con quien se irían a seguir la noche a un lugar más cómodo. Yo solo pensaba en mi sirena, en lo bien que la podíamos pasar los dos a solas, sin mas instrumentos que nuestras bocas para hacer la noche interminable. Pero hoy no podía verla, sus amigas me la ganaron por puesta de mano. Estaba resignado a terminar ebrio en ese bar, dándole la razón a la empresa cervecera que tuvo el tino de inventar el “día del amigo” para que tontos como nosotros sigan las señales y consumamos su producto.
A mitad de la noche suena mi celular, es mi amiga Sofía que me pregunta donde ando, que si puedo ir a verla. Me disculpo enseguida y salgo del lugar dejando a cuatro bellas chicas bastante pasadas de tragos, pero bien acompañadas. Ese lugar no es para mí, al menos no hasta el final de la noche. Tomo un bus y voy en busca de Sofía, le invito comida china en un restaurant mientras me cuenta como le fue su semana, mientras le cuento como fue mi semana. Sofía es una chica linda y muy amable conmigo, me soporta los defectos como si fueran solo detallitos, a veces pienso que solo me sigue la corriente. Pero me hace reír, me encanta su ingenuidad que se podría confundir con cucufateria. Siempre le digo que alguien tan torcido como yo, necesitaba de alguien tan cucufata como ella para estar tranquilo. Sofía es muy linda pero no se lo digo muy seguido porque temo espantarla, ella solo me ve como un amigo, yo aparte de amiga la veo como una terapia psiquiátrica, me provoca portarme bien cuando la tengo a mi lado, me calma mucho estar con ella, me recuerda que alguna vez yo fui un tipo bueno.
La noche se hizo extensa, fuimos al cine a ver una película, ya para esto se me había pasado la borrachera y terminamos caminando como cuarenta cuadras desde el cine hasta su casa, siendo la una de la mañana, contándole cosas de mi adolescencia, contándome ella cosas de su adolescencia, hablando de amores pasados, de vidas futuras. Mientras tanto la madrugada transcurría y nosotros sin sueño, oyendo las ambulancias pasar de prisa, el aullido de los perros a lo lejos, los borrachos que deambulaban por algunos rincones. Lo que parecía un sábado mezquino se convirtió en una noche como pocas, donde recordé que puedo ser un animal nocturno, pero también un ser humano que se porta bien, que puede amar en buena lid, que puede beber y no terminar gateando en los bares, pero sobre todo, sentí que todavía puedo tener buenos amigos. Parece que este lobo se está domesticando.